En lo que respecta al cuerpo, la androginia es únicamente "andro" y no "gina": una aproximación ideal del cuerpo femenino al masculino, y en ningún caso al contrario. Los cuerpos masculinos no aspiran a ensanchar sus caderas y sus pechos, o a acortar su estatura. Muy al contrario, los muslos de las mujeres se recortan un poco más cada década, igual que las caderas; los pechos se aplanan, y la media de estatura de las modelos aumenta. En lugar de denominarse cuerpos andróginos, deberían llamarse cuerpos "andromorfos", "andrárquicos" o de alguna manera similar, ya que se trata de una forma más de opresión, eso sí, esta vez más sofisticada (y a la vez más brutal, pues vuelve a una contra su propia carne). Se imponen las medidas masculinas al cuerpo de la mujer: decimos que hay que "reducir", "eliminar", "acabar con" (la grasa, la celulitis, o lo que sea), y el lenguaje dietético está formado por un conjunto de referencias a la "tentación", el "sacrificio", y la culpa", con evidentes ecos judeo- cristianos (y represores, por tanto) como ya comenté en una entrada anterior sobre "El mito de la belleza", de Naomi Woolf. Esto me hace pensar en las histéricas de Freud y Charcot, a las que se consideraba enfermas casi de nacimiento (recordemos la etimología de hysteria). Igulamente ahora, el cuerpo femenino se asume como constantemente enfermo, y por ello tiene que someterse a "tratamientos", (a veces de por vida, lo cual supone un considerable desembolso para las farmacéuticas) para problemas que adquieren la importancia de "enfermedades", a pesar de ser casi inherentes a la propia condición femenina (la celulitis, por ejemplo, tiene una prevalencia de un 90 % entre las mujeres).
Hemos de preguntarnos por qué ellas tuvieron que comenzar a vestir pantalones, reducir los centímetros de la cadera y de los pechos, para ser consideradas a semejanza de los individuos del otro sexo. Para quien crea que el asunto está zanjado, hoy en día está de plena actualidad debido a la auténtica plaga de "lipofobia" que encontramos. Las premisas serían las siguientes:
1- El cuerpo femenino tiene más grasa por naturaleza (para estar sanos, en hombres de un 12 a 18 %, y en mujeres de un 16 a un 25 %).
2. La grasa es "mala" (algo que oímos constantemente en revistas, televisión, en las conversaciones cotidianas...)
En función de esto, las deducciones parecen peligrosamente sencillas: el cuerpo femenino es "malo"- por naturaleza, concluyen algunos, incluso-.
Vuelo a repetir algo que ya he dicho anteriormente, pero que creo firmemente: el feminismo ha de continuar (o empezar) por la aceptación -social- de nuestro cuerpo.