Los gobiernos adoran
a la gente que no se queja, a esas Masas silentes en las que es fácil colocar
todo tipo de frases en su boca. Es un concepto muy americano el de sonreír a
pesar de las circunstancias: sonríe aunque tengas cáncer (¡puede ser una
oportunidad para renacer a una nueva vida!), sonríe aunque te despidan del
trabajo y, sobre todo, da gracias, porque podría ser peor (y, en el fondo, si
Dios lo ha querido así, será por algo). Es un concepto tan cristiano que parece
mentira que lo tengamos asociado a la cultura occidental moderna: controla tus
necesidades, tu cuerpo, para fortalecer el espíritu. El pensamiento positivo
viene a ser una especie de obligación más que una opción, especialmente en
Estados Unidos y, concretamente, en las empresas privadas, en las que a más de
uno despiden por no tener una actitud positiva en el equipo de trabajo. Frases
como que el dolor se acaba con más trabajo, la infinidad de dietas milagro para
hacer desaparecer los michelines, la instigación a cambiar de coche, de
color de pelo, de vida, son en el fondo, la herencia del ascetismo religioso y, por otro lado, la ocasión perfecta para que el capitalismo tenga un nicho en
el que prosperar: esa necesidad de actividad constante, de productividad, de
cambio, y de expansión (casi) exclusivamente personal.
Nadie se ha
preguntado si no sería mejor dejar de mirarnos el ombligo, puesto que la
filosofía del pensamiento positivo elude los problemas sociales para centrarse
en el individuo, porque considera que “no sirve para nada intentar cambiar las
circunstancias, y además, sale caro”(Seligman).
Sea cual sea el
sistema que nos gobierne, hay que quejarse, permanecer escépticos, gritar cuando las cosas no
marchen como debieran. La imaginación al poder es un dicho absurdo: la
imaginación ha de estar contra el poder, y el arte no será ciencia.
Referencias:
-Bárbara Ehrenreich: Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo
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