domingo, 2 de marzo de 2014

Compañeros del Crimen, de Gema Palacios.






Cuando conocí a Gema, primero descubrí que era la edad, luego la universidad en la que estudiábamos (la Autónoma), después las hermanas de quince años, y las madres que habían estudiado historia del arte y que nos miraban con caras alucinadas después de leer nuestros poemas. París y Le Quartier Latin, el pelo castaño,  el olor a vainilla. Luego los recitales en los que coincidíamos y finalmente la poesía. O fue al revés, en realidad: primero estaba la poesía y después necesariamente todo tenía que coincidir.
Pese a que no nos habíamos visto mucho antes, más que en recitales por las noches y poco más, el día que quedé con Gema para preparar esta lectura, me sentí con ella como si fuera algo así como “mi hermana poética”, aunque casi no conocía su trabajo. Luego cuando leí a fondo Compañeros del crimen, me di cuenta de que, a pesar de las diferencias de forma y tono, o lo que sea, subyacía un lenguaje común a las dos, más allá de las similitudes  generacionales y de antecedentes literarios.
Porque los antecedentes penales de Gema se parecen mucho a los míos: Valente, Pizarnik, Wikipedia, (de donde saca una cita que me encanta sobre la calidez de los cuerpos en su poema “donde la incandescencia”, e ingeniosamente transforma la ciencia en poesía y la poesía en ciencia). Las dos tenemos la fantasía de que hubiéramos sido buenas amigas de Alejandra, supongo que por lo que todo el mundo, para haber intentado salvarla. O más bien que ella nos hubiera salvado.  Encuentro la ternura de Alejandra Pizarnik en muchos de los versos de Gema Palacios, pero con el carácter y la poética propias de Gema Palacios. Leo, por ejemplo: “te temo cerca como a la tempestad innombrable como/al pájaro de alas picudas como al padre/con canas”
También leo: “pero el placer es fácil tan fácil como abrirse y cerrarse/ hasta que las fuerzas ya no.” (Este verso lleva por cierto rondándome la cabeza toda la semana).

Después de esto, no puedo seguir creyendo en las coincidencias.
Durante el año 2013 Gema escribía sobre crímenes poéticos y locura. Durante el año 2013, yo escribía sobre enfermedad poética y locura. No es una coincidencia: muchas veces los criminales son enfermos, y la mayor parte de las veces lo que hace la enfermedad es un crimen contra el cuerpo.

Otros antecedentes comunes son, como no, la infancia y el deseo de la infancia:
“(…) era otro tiempo y yo era/ tan niña tan niña que/ fuimos impulso y verso en una sola cama”
Las pistas acerca de los crímenes que la autora cometió en Buenos Aires están presentes sobre todo en la primera parte del libro, donde los argentinismos nos transportan directamente allá, como dirían ellos, mezclados a veces entre “tierras mañas o inglesas” y calles madrileñas:
“no creo que lo recuerdes porque ni siquiera yo pienso a menudo/ en esa estrechez/ hasta que te me adentras por los iris/ nomás sos violento”
Siempre con la fuerza del viaje y del continuo movimiento:
“vibra el vagón como vibra mi vida/ hace falta que el mundo se tambalee un poco para empezar a querer”
El torrente de palabras sin más pausas que las que impone el blanco de la página nos llevan a leer los poemas de Gema con esa velocidad nómada de la que hablo, casi con voracidad, pues cuando hemos leído un par de poemas, sabemos que la cascada lingüística va a culminar finalmente en un verso redondo. Por ejemplo, en “Alas”:
“qué dulce morir crucificada y no dar la vida por nadie”
o
“pero lo que no sabía era/ que tus ojos seguirían tan calientes después del incendio”
o también
“jamás vería otras sombras haciendo el amor/ como si fuera la última vez que se tocaran”.
Pero basta ya de destripar los poemas de Gema leyéndolos por el final, porque sería como si en una presentación de novela negra empezaran desvelando la identidad del asesino (cosa que cuadra, por cierto, con el título de su poemario).
No. Los crímenes de Gema hay que leerlos desde el principio. Porque, además, el verdadero crimen, desde mi punto de vista, es esa punzada que nos inflige la poeta en estos versos finales en forma de coda.   
Las letras de Gema rebosan fuerza y determinación, que muy bien se reflejan en la portada del libro que, aunque es una imagen abstracta, a mí me hace pensar siempre en algo ardiendo (qué es ese algo, todavía no lo he descifrado). Compañeros del crimen está repleto, efectivamente, de crimen poético y de locura, es decir de la enfermedad de vivir, en lo que a mí me atañe. 


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